Recientemente, he tenido la oportunidad de disfrutar la película “Un monstruo viene a verme”. Un nuevo film de Juan Antonio Bayona, que narra la historia de Conor O´Malley, un niño de 12 años que debe enfrentarse a la grave enfermedad de su madre, a un padre ausente tras su divorcio, a una abuela severa y a una traumática situación de acoso escolar.
Sin desvelar los secretos y mensajes de la película, me propongo seleccionar y analizar en este post algunas de las reflexiones que nos ofrece:
- “A la gente no le gusta lo que no entiende. Les da miedo”. Quizá, como un mecanismo de selección natural a favor de la supervivencia, el ser humano está preparado para buscar selectivamente en su entorno elementos que no formen parte de su “cotidianidad” o de su “normalidad”, ya que de ellos es más probable esperar fuentes de peligro. Sin embargo, en muchas ocasiones ese tipo de actitudes sesgadas son fuentes de injusticia y discriminación. Como ejemplo, podemos mencionar el recelo, la desconfianza, o incluso el temor, que producen la cultura, la religión, los hábitos, etc. de personas inmigrantes que, en ocasiones, son malinterpretados con suspicacia y/o intolerancia, simplemente, por ser diferentes a los nuestros.
- “Si nadie te ve, ¿de verdad existes?”. En esta frase descansa la importancia que tiene para las personas la necesidad de afiliación. Somos animales sociales, necesitamos a las demás personas para nuestra supervivencia, para nuestro bienestar y para el pleno desarrollo de nuestras potencialidades y deseos. De ahí, la importancia de la visibilización. A nivel colectivo, la invisibilización supone un mecanismo estructural para el mantenimiento de las desigualdades. En este proceso de visibilización, el lenguaje es un elemento fundamental porque nos sirve para nombrar y definir objetos, personas y aspectos de la realidad y para ocultar y silenciar a otros. Tal como se recoge en euskera: «Izena badu, bada» que significa «si tiene nombre, existe».
- “Lo importante no es lo que pienses, lo importante es lo que hagas”. En inteligencia y gestión emocional, uno de los primeros pasos consiste en hacerse consciente de lo que pensamos y de los que sentimos. Sin enjuiciarlo. Simplemente, convirtiendo los pensamientos y las emociones, sean los que sean, en mensajes de actuación. Las personas tenemos derecho a sentir todo tipo de emociones, incluso las que socialmente son consideradas negativas o incorrectas. A lo que no tenemos derecho, obviamente, es a hacer cualquier cosa amparados/as en ellas.
- Sin embargo, como mensaje transversal de toda la película, me gustaría subrayar la acertada perspectiva de que en el reino de lo humano nada es absolutamente bueno o malo. Para transmitir esta idea, la película se apoya en historias que se narran dentro de la trama principal y que tienen un único hilo conductor cuyo objetivo es mostrar que, efectivamente, las verdaderas absolutas, el concepto de bondad o maldad, en ocasiones, son relativos y dependen más de la mirada de quien lo observa que de sus características intrínsecas.
- Todos los elementos anteriores contribuyen a que Conor, el protagonista, acepte, después de una heroica lucha interior, la ambivalencia de sus emociones frente a la dramática situación de su vida. Finalmente, debe aceptar sus emociones reprimidas como único paso para avanzar hacia una vida sana, que no exenta de dolor.
El mensaje final, a mi modo de ver, reside en que el protagonista acaba aceptando las emociones que experimenta, a pesar de considerarlas indignas, cuando no son sino parte de su propia humanidad.

Imagen de la web Focus Features
¿En cuántas ocasiones nos hemos ocultado a nosotros/as mismos/as o disfrazado ante otras personas emociones que socialmente son castigadas? La envidia, la rabia, la tristeza, el odio, el rencor,… no se curan a menos que se acepten y nos permitamos escarbar en nuestro interior para averiguar dónde está la fuente de la que brotan y así conocer cómo mitigarlas y cambiarlas por otras que, en un momento dado, nos resulten más útiles y saludables.
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