Desde la perspectiva que propone Joan Garriga, como hemos visto en post anteriores, el amor puede considerarse como el reconocimiento o aceptación de la realidad. En este marco, la autoestima como aceptación implica asumirse, reconocerse y quererse como somos en realidad, alejándonos de la perfección.

La autoestima implica entonces encontrarse en paz consigo mismo/a, dejar de pelearse contra sí o contra alguna parte interna nuestra, no rechazar ningún aspecto interno, nada de lo que forma parte de nosotros/as, incluido lo que nos molesta, desagrada o se nos hace difícil de soportar. Supone, de alguna manera, despedirse del yo ideal y aceptarse y quererse como somos ahora mismo: que es el único momento en el que realmente podemos hacerlo, sin pretender ser o tener algo distinto de lo que somos o tenemos. Esto no significa obviamente abandonar nuestro esfuerzo por mejorar, sino aceptar nuestra imperfección.

Buscamos la seguridad en un yo estable, con atributos que nos hagan dignos de amor. Creemos que tenemos más control sobre nuestras vidas si somos “alguien”. Nos dejamos seducir por nuestras ideas sobre nosotros mismos, sobre aquello que creemos ser.

Pero aquello que tratamos de mutilar en nosotros/as, también puede ser digno de ser aceptado. Lo que rechazamos en nuestra persona, lo convertimos en ajeno. Técnicamente se llama proyección y se lo asignamos a los demás. Cuando enajenamos lo que nos pertenece nos alejamos de nosotros/as mismos/as. Al desviar lo propio hacia las demás personas, nos empobrecemos y perjudicamos nuestras relaciones. Nietzsche escribió: “Para volverte sabio debes aprender a escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano”.

Cuando una fuerza o una tendencia ha sido rechazada e ignorada largo tiempo, en algún momento brota impetuosamente, dispuesta a desbordar. Lo que escondemos y queremos destruir nos maneja a nosotros/as. Amputar no funciona.

La idea, según Garriga, no es tratar de expulsar a los demonios, sino llegar a adiestrarlos. La agresividad asumida puede ser encauzada sin provocar daño, podemos gestionarla con responsabilidad. La primera regla consiste, por lo tanto, en aceptar y convivir con lo que queremos cambiar, lo que nos hace sufrir, lo que nos atrapa, para luego ver la forma en que podemos arrebatarle la fuerza.

La terapia Gestalt, creada por Fritz Perls, trabaja desde la concepción de un alma personal formada por todas las partes que nos componen, conectadas en una red invisible y que debe regirse por los siguientes principios:

  1. Todo lo que somos tiene derecho a ser. Todo lo que somos está al servicio de algo importante para nosotros. A veces nos peleamos contra ciertos sentimientos, pero lo que excluimos, nos persigue con otro ropaje, mientras que lo que permitimos, cede, cumpliendo su función y así perdiendo su energía. Para ello, es necesario una actitud de reconocimiento y aceptación, que no necesariamente de agrado. Todo ello implica madurez y neutralidad interior.
  2. Asumir lo incontrolable. La naturaleza tiene prioridad frente a la mente que la piensa. Los intentos de control de lo incontrolable producen su descontrol.
  3. Las funciones más antiguas tienen prioridad. El cerebro reptiliano, que se ocupa de los aspectos más instintivos, más primarios y automáticos, precede y sostiene al cerebro mamífero (límbico) que regula los aspectos relacionales y emocionales más refinados y ambos desembocan en el moderno córtex cerebral, racional y representacional. Este orden se transgrede cuando creemos que lo racional lo puede todo.

Por su parte, Virginia Satis, pionera de la terapia familiar y el trabajo sistémico, trabaja con las distintas partes de la persona: la parte rígida, la histérica, la cariñosa, la dura, la responsable, la humilde, la triste, la simpática, la orgullosa… En este trabajo, se analizan las siguientes cuestiones: ¿Tú, de qué te ocupas, cuál es tu tarea para la persona? ¿Qué es prioritario para la vida de esta persona? ¿Cuáles son las jerarquías entre las partes? Todas tratan de conseguir algo bueno para la persona. Su intención es positiva. La finalidad es buena, pretende algo bueno, lo equivocado son, a veces, los caminos.

Todas las partes, incluso las que parecen extrañas, perversas o resistentes, pretenden algo bueno, buscan la felicidad de la persona. La solución es que negocien, que colaboren, que se reconozcan. Cuando cada personaje puede tener el lugar que le corresponde y ocuparse sin trabas de la tarea que le concierne, la persona está cómoda. Las personas se mantienen sanas y fuertes cuando logran extender su identidad en todas las direcciones. Una persona se desarrolla al máximo cuando puede compaginar sus polaridades.

Para finalizar, te dejo una frase de Bert Hellinger, teólogo y espiritualista alemán, conocido por ser el creador de las constelaciones familiares, que dice: “Solo podemos amar lo imperfecto”.

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Photo by Tim Mossholder on Unsplash

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