Continuando con mi post anterior sobre el libro Justicia, del Prof. Michael Sandel, a continuación, te resumo algunos de sus enfoques sobre el fortalecimiento de justicia y bien común.

En primer lugar, Sandel menciona tres formas diferentes de concebir la justicia:

  1. Una de ellas apuesta por maximizar el bienestar o la utilidad (la mayor felicidad para el mayor número de personas). Se basa y apuesta por la prosperidad. Este enfoque utilitarista tiene dos defectos; por un lado, hace de la justicia y de los derechos sociales una cuestión de cálculos, no de principios. En segundo lugar, al traducir todos los bienes humanos a una única medida simple y uniforme de valor, los iguala erróneamente, sin tener en cuenta las diferencias cualitativas que existen entre ellos. No se puede traficar con órganos humanos o con personas, como se comercia con cosas.
  2. La segunda propone que la justicia se apoye en el respeto a la libertad de elegir. Se trata del enfoque liberal que apuesta por el mercado libre. Esta teoría soluciona el primero de los dos obstáculos utilitaristas: que la justicia sea un mero cálculo, ya que coinciden en que ciertos derechos son fundamentales y deben ser respetados. Sin embargo, aceptan en este sentido las preferencias de las personas. En este enfoque, la dignidad moral de los fines que perseguimos, el significado y la importancia de nuestras vidas, así como la calidad de nuestra vida en común se sitúa más allá de lo que a la justicia le corresponde.
  3. La tercera perspectiva se apoya en que la justicia implica cultivar la virtud y razonar acerca del bien común. Aunque actuemos para atajar la pobreza material, que es esencial, también tenemos que enfrentarnos a otra gran tarea vinculada con la pobreza de satisfacción, que aflige a las personas distraídas con la mera acumulación de cosas.

Sandel ejemplifica este último aspecto utilizando el discurso del presidente americano Robert F. Kennedy, del 18 de marzo de 1968, en la Universidad de Kansas.

“Nuestro producto interior bruto es ahora elevadísimo, pero en él se contabiliza la contaminación del aire, de los ríos y de los mares; la publicidad del tabaco y de apuestas de juego y las ambulancias que limpian los accidentes de nuestras carreteras. Incluimos también las cerraduras de seguridad de nuestras puertas y las cárceles para quienes las descerrajan. Incluimos la destrucción de nuestros bosques y la pérdida de nuestro patrimonio natural por la caótica dispersión urbana. Incluimos también las armas y los vehículos blindados que combaten los motines en nuestras ciudades. Incluye los programas de televisión que glorifican la violencia para vender juguetes a nuestros hijos y que banalizan con las desgracias humanas.

Sin embargo, el PIB no incluye la salud de nuestras personas mayores, ni la educación de nuestros hijos e hijas o la alegría de sus juegos. No incluye la belleza de nuestras artes o la solidez de nuestras familias, la inteligencia de nuestros debates o la integridad de quienes ocupan cargos públicos o empresariales. No mide ni nuestro ingenio, ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría, ni nuestra cultura, ni nuestra compasión, ni el amor que sentimos por nuestra tierra.

Lo mide todo, en pocas palabras, menos lo que hace que la vida merezca la pena ser vivida. Y puede decirnos todo sobre nuestra tierra, salvo porqué estamos orgullosos de pertenecer a ella.”

A la vista de todo ello, ¿qué necesitamos entonces para fortalecer ese concepto de justicia?

  1. Cultivar el bien común. Si una sociedad justa requiere un intenso sentimiento comunitario, tendrá que encontrar una forma de cultivar en su ciudadanía una preocupación por el conjunto, una dedicación al bien común, una forma de apartarse de las nociones puramente privadas o individualistas de la vida buena y cultivar la virtud cívica.
  2. Límites morales al mercado. Hay actividades sociales que llevadas al mercado pueden corromperse o degradar las normas que las definen. Por ese motivo, debemos preguntarnos qué normas ajenas al mercado queremos proteger de la intromisión de este, cuáles son los límites morales al respecto. Se trata de una cuestión que requiere un debate público acerca de las distintas alternativas de concebir el modo debido de valorar los bienes.
  3. La desigualdad segrega a las personas por clases y corroe los espacios de virtudes cívicas. Una brecha excesiva entre las personas ricas y las pobres socava la solidaridad que la ciudadanía democrática requiere. A medida que aumenta la desigualdad, personas ricas y pobres viven vidas cada vez más separadas. Quienes tienen dinero se apartan de los lugares y servicios públicos, que quedan solo para quienes no pueden pagar otra cosa. Esto provoca dos efectos nocivos, uno económico y otro cívico. En primer lugar, los servicios públicos se deterioran, ya que quienes no los usan están menos dispuestos a costearlos con sus impuestos. Por otro lado, las instalaciones públicas dejan de ser lugares de encuentro de la ciudadanía, ya que siguen caminos diferentes. El vaciado de la esfera pública dificulta que se cultiven la solidaridad y el sentimiento comunitario de los que depende la ciudadanía democrática. La desigualdad puede corroer las virtudes cívicas. Es necesario, por tanto, la reconstrucción de la infraestructura y la dimensión pública de la vida cívica.
  4. Política basada en el compromiso moral. Es preciso alentar el debate público sobre las discrepancias éticas para fundamentar el respeto mutuo. No hay garantía de que la deliberación pública sobre dilemas y conflictos morales conduzca en todo caso a un acuerdo, o siquiera a que se aprecien los puntos de vista de otras personas. Pero no lo sabremos si no lo intentamos. Lo que está claro es que incorporar la ética en el debate público es uno de los fundamentos más prometedores de una sociedad justa.

¿Cómo podemos reflexionar y fortalecer en nuestras comunidades estas cuatro cuestiones? ¿qué obstáculos son los que pueden dificultar su desarrollo en mayor medida?

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Photo by Mario Purisic

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