Como compartía con vosotras y vosotros en un post anterior, antes del verano tuve el placer de escuchar al Prof. Michael Sandel, Prof. de Filosofía Política de la Universidad de Harvard, disertar sobre el reto actual de la democracia, en el Forum Deusto dentro del ciclo Garmendia Hitzaldiak.

Tras escucharle y aprovechando el paréntesis veraniego, he disfrutado leyendo su libro titulado Justicia, del que me gustaría compartir contigo algunas ideas relacionadas con una de las cuestiones a las que se enfrentan las sociedades actuales, en relación con la justicia distributiva.

Sandel, apoyándose en John Rawls, filósofo estadounidense y también profesor de filosofía política en la Universidad Harvard, repasa en su libro varias teorías acerca de la justicia:

  • La aristocracia feudal no es equitativa, porque distribuye la renta, el patrimonio, las oportunidades y el poder conforme a un accidente de nacimiento. Si se nace en la nobleza, se tendrán derechos y poderes negados a los nacidos en la plebe.
  • Las sociedades de mercado tratan de remediar esa arbitrariedad. A la ciudadanía se le garantizan unas libertades básicas, y la distribución de la renta y del patrimonio está determinada por el mercado libre. Legalmente, permite que todos luchen y compitan, pero, en la práctica, las oportunidades se encuentran lejos de ser iguales. Si quienes corren, salen de diferentes puntos de salida, la carrera difícilmente será equitativa.
  • Una forma de remediar esta falta de equidad consiste en corregir las desventajas sociales y económicas. Se trataría de ir más allá de una igualdad formal de oportunidades, para retirar obstáculos que impidan el logro personal y avanzar hacia una meritocracia equitativa. Según esta concepción meritocrática, la distribución de la renta y del patrimonio resultante de un mercado libre es justa, solo si todas las personas tienen las mimas oportunidades de desarrollar sus aptitudes. Solo si quienes corren empiezan en la misma línea de salida, podrá decirse que quienes ganen la carrera se merecen el premio que reciben.

Esta concepción meritocrática corrige ciertas desventajas arbitrarias, pero sigue sin llegar a ser justa, porque seguiría permitiendo, en palabras de Rawls, que la distribución de la renta y del patrimonio estén determinadas por la distribución natural de capacidades y aptitudes. En este sentido, la lotería natural sigue siendo igual de arbitraria desde una perspectiva moral que la lotería del nacimiento y la del mercado libre.

  • La solución de este dilema no se basa en imponer lastres a quienes poseen talentos, sino en alentar a quienes han salido bien parados en la dotación de capacidades a desarrollar y ejercer su talento, comprendiendo que la recompensa que su aptitud cosecha en el mercado le pertenece a la comunidad en su conjunto.

Al pensar en la justicia, es necesario dejar aparte los hechos contingentes relativos a las personas y a su posición social.

Tengo que reconocer que una parte de la argumentación se me hace atractiva. Es aquella que tiene que ver con que incluso las aptitudes y habilidades que tenemos son una cuestión totalmente fortuita y, por tanto, no deberíamos hacer depender las ventajas que obtenemos de ellas.

Pero, ¿qué ocurre con el esfuerzo? ¿no merecen las personas incentivos en función de su esfuerzo? Según Sandel, parafraseando a Rawls, incluso el esfuerzo puede ser el producto de haberse criado en un entorno determinado. De hecho, existen estudios psicológicos que prueban que el orden de nacimiento influye en el esfuerzo, y que normalmente los/as primogénitos/as cuentan con una ética del trabajo más sólida. Por otro lado, nadie que defienda la meritocracia defendería que quienes trabajan y se esfuerzan siendo débiles o contando con menos aptitudes deben ganar más que quienes por sus cualidades son capaces de un desempeño mayor y mejor.

La conclusión de ello es que la justicia distributiva no tiene que ver con recompensar solamente el merecimiento. Cuando se da una igualdad de oportunidades objetiva, resulta legítimo premiar el esfuerzo. Pero, además de ello, es preciso garantizar, como principio previo, que se satisfacen las expectativas legítimas que corresponden a las personas en los términos de cooperación social que se hayan decidido.

Hay dos razones que utiliza Rawls para ello:

  1. Por un lado, las aptitudes, gracias a las que yo puedo competir con más éxito, no son del todo obra mía.
  2. Pero existe otra circunstancia igualmente importante: las cualidades que una sociedad valora más en un momento dado son también arbitrarias. En la Toscana medieval, los pintores de frescos estaban muy bien valorados; en la California del siglo XXI, lo son quienes programan ordenadores, y así sucesivamente. Que mis destrezas rindan mucho o poco depende de lo que la sociedad en la que vivo tenga a bien querer y valorar.

Este aspecto de fortuna vinculado con las cualidades que nuestra sociedad valora, suele pasarse por alto cuando analizamos el éxito. Vinculamos la distribución de beneficios a un concepto de merecimiento que esconde sin pudor lo arbitrario de la lotería genética, social y cultural que nos ha correspondido.

¿Piensas entonces que la meritocracia, sin tener en cuenta otras variables, es una medida justa de distribución social?

meritocracia-justicia
Photo by Mārtiņš Zemlickis on Unsplash

Si te ha gustado este artículo, te animo a compartirlo por las redes sociales. Y, si deseas recibir mis actualizaciones por correo electrónico, puedes suscribirte al blog a través de este link.

Eskerrik asko! ¡Gracias por la visita!

LinkedInTwitterFacebookPinterestEvernoteEmail