La pasada semana tuve la oportunidad y la suerte de escuchar al disertación sobre los retos de la democracia del Prof. Michael Sandel, Prof. de Filosofía Política de la Universidad de Harvard, en el Forum Deusto dentro del ciclo de Garmendia Hitzaldiak.

Su ponencia versó sobre la siguiente cuestión: ¿Qué ha fallado en la democracia para que hayan surgido sentimientos de frustración, resentimiento y rabia frente a los partidos políticos tradicionales?

La causa, según Sandel, apunta a dos fuerzas profundas de frustración:

  1. Por un lado, la desaparición o ausencia del significado moral de los discursos. Recibimos fundamentalmente mensajes tecnocráticos o pasionales, pero que no conducen a una deliberación democrática que es la que surge de la escucha, especialmente de las personas con quienes no compartimos ideas.
  2. Por otro lado, el rol de los mercados en la vida pública. Existen pocas cosas en la sociedad actual que el dinero no pueda comprar. Hemos pasado de tener “economías de mercado” a convertirnos en “sociedades de mercado”, en las que todo está en venta. El mercado domina prácticamente todos los ámbitos de la vida, incluso la salud, la educación, los medios de comunicación, la familia, la política,  la vida pública…

Ambas fuerzas, la desaparición del significado moral y la “neutralidad moral” de los mercados, contribuyen a la desaparición de un debate profundo sobre cuestiones controvertidas, pero fundamentales como: qué es la justicia, qué es una vida buena…

Esta situación puede ser tentadora para algunos sectores, porque estos debates profundos generan desacuerdos, pero eliminarlos supone un error, ya que ninguna sociedad puede avanzar sin decidir lo que es y lo que no es justo.

Si dejamos que el mercado decida estas cuestiones por nosotros/as, el discurso público se vacía y la ciudadanía se frustra ante el fallo de la política a la hora de abordar los retos profundos a los que nos enfrentamos como sociedad.

La globalización neoliberal provoca una creciente desigualdad, que beneficia a las clases sociales más ricas y deja desamparadas a las vulnerables. Las consecuencias provocan, por un lado, respuestas políticas como el Brexit, el ascenso de partidos de extrema derecha, el gobierno de Trump…, pero también tiene repercusiones sociales como la xenofobia, el racismo contemporáneo…

El problema global que subyace a esta situación y que socialmente no hemos asumido es que no hemos conseguido sustituir la premisa fundamental de pensar que el mercado es la herramienta fundamental para lograr el bienestar.

Es preciso, por tanto, abogar por un nuevo paradigma que abandone el discurso tecnocrático y aborde los verdaderos retos que tenemos como sociedad, y no estamos hablando solo de economía, sino de ética, de cultural, de estima social y de respeto mutuo.

  • Para hacer frente a la creciente desigualdad, ya no es suficiente fomentar la movilidad social, sino que es preciso un concepto social de solidaridad que es mucho más profundo.
  • Es necesario igualmente hablar del trabajo y dignificarlo. Nuestra sociedad da menos valor al trabajo de quienes producen cosas o prestan servicios, que al de quienes gestionan el dinero. ¿Está el reconocimiento social vinculado con la creación real de valor?
  • De carácter transversal a todo lo anterior, resulta fundamental fortalecer el sentido de comunidad y la identidad. Los recelos frente a la inmigración no son sino una expresión violenta e intolerante ante la traición que algunas personas sienten por parte de sus gobiernos al premiar el trabajo barato frente al trabajo digno.

Para ofrecer una alternativa, es preciso que la ciudadanía desarrolle la responsabilidad compartida que le corresponde, la necesidad de que nos dotemos de un significado compartido en la vida diaria. La filosofía no es algo abstracto, sino que pertenece a la ciudad, donde las personas conviven.

Compartir una forma de vida, más allá de las necesidades comerciales o defensivas que dieron origen a las ciudades. La humanidad se aprende a través de pequeñas expresiones que suceden en la escala local, impregnada de cultura, de tradición y de identidad. Cuando las personas no se sienten enraizadas, están desamparadas.

Como conclusión, los retos de la democracia actual podrían sintetizarse con las siguientes ideas:

  • No es posible ser neutral en la justicia, en la virtud, en la igualdad…
  • Es necesario recuperar debates profundos y morales sobre lo que significa “una buena vida”.
  • Cuando no existe ese debate y no existe identidad, ese espacio lo toman la intolerancia y el fanatismo.
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