En post anteriores, hemos analizado elementos que nos generan sufrimiento, como nuestra identificación con nuestros pensamientos, la no aceptación de la realidad tal como es… En este post, analizaremos el impacto y la influencia que generan en nosotros/as los juicios que emitimos sobre los/as demás en nuestras relaciones.

En primer lugar, es preciso clarificar que este artículo está orientado a la dimensión interpersonal, que enlaza con un posicionamiento ético de nuestras relaciones con las demás personas, basado en el respeto a la dignidad y a los derechos humanos, pero no desde una perspectiva social o política.

En este ámbito relacional, las personas solemos crear un universo de filias y fobias con tres herramientas: la evaluación, la comparación y el juicio. Lo hace nuestro ego. Construimos una torre como refugio desde la que observar la vida y teñimos todo con nuestras ideas sobre cómo deben ser las cosas.  Pero esta forma de vivir, conduce al sufrimiento. El ego puede convertirse en la mayor de las cárceles. Ser libres significa serlo también de nosotros/as mismos/as. Un yo que alcanza su plena potencialidad es capaz de des-identificarse de sus múltiples ropajes y llegar a ser nadie.

Tal como señala el psicólogo humanista Joan Garriga, el crecimiento esencial es reconocerse en lo diferente o en lo opuesto, e incluso, asumirse como igual e idéntico a aquello odiado. La verdadera compasión no viene de sentirnos buenas personas, sino de sabernos imperfectas y amarnos y amar con esta certeza. Es a través de lo imperfecto como nos igualamos. Por el contrario, quienes se sienten mejores que los demás ejercen inevitablemente una cierta violencia. El escenario de la violencia requiere alguien que persigue (soy mejor que tu), alguien que es víctima (soy peor que tú) y alguien que salva (soy mejor que ambos).

Todo sufrimiento tiene su raíz en una distinción no funcional entre lo bueno y lo malo. Ante lo que consideramos bueno, sentimos nuestro derecho a apreciarlo y ante lo que consideramos malo nuestro derecho a rechazarlo. Sin embargo, todo rechazo significa falta de amor y donde falta el amor, se siembra de manera inevitable malestar y sufrimiento. Aquello que no somos capaces de amar nos generará perturbación o sufrimiento. Cualquier sufrimiento está adornado siempre de bellas y convincentes razones y argumentos que lo justifican. Detrás de cualquier problema grave, siempre podríamos seguir la huella de a qué o a quién estamos rechazando, a qué o a quién no podemos dar un buen lugar en nuestro corazón, a qué o a quién no conseguimos apreciar o respetar. Un corazón que excluye, sufre.

Qué es lo bueno y qué es lo malo. En ocasiones, puede relativizarse. Imaginemos que el adulto que somos pudiera visitar al niño o niña que fuimos en los momentos en los que se sintió mal. El tiempo añade una perspectiva que mitiga los pensamientos difíciles y convierte los problemas en granos de arena.

Por eso, la clave consiste en apreciar y respetar lo que es tal como es. El sufrimiento se supera cuando dejamos de identificarnos con nuestros deseos y rechazos. No existe mejor ni peor en la realidad. Existen únicamente en nuestros pensamientos y construcciones mentales. Si en cada ser humano llegamos a reconocernos, nuestra actividad enjuiciadora cesa. Nos volvemos más compasivos/as.

Para ello es necesario generar significados útiles, interpretaciones favorables de la realidad. Aceptar que los problemas no vienen de la maldad o de la estupidez de las demás personas, sino de sus intentos a veces tan desesperados como los nuestros de sentirse amados/as.

El amor no evalúa, solo acoge. El amor es básicamente apreciación y conformidad profunda con la naturaleza de las cosas tal como son, tal como suceden, y de las personas como son y cómo actúan. La presencia del amor no siempre asegura el bienestar y el crecimiento. Se necesita además el buen amor, que es el que promueve la dicha de quienes amamos. Se trata de amar bien, y no solo amar mucho. El mal amor no logra aceptar la realidad tal como es o las personas tal como son, y al oponerse, genera sufrimiento.

Es necesario mirar con integridad y con igualdad, y amar a quienes erróneamente etiquetamos como enemigos en nuestro círculo de relaciones. ¿Por qué? Para vivir en paz. Todo paradigma de justos e injustos, prolonga el sufrimiento. ¿No es arrogancia y maltrato interpersonal sentirse mejor o más justo/a que las demás personas?

Por eso, toda pretensión de buscar que los demás sean diferentes hiere. Se exige por tanto un respeto extremo a la vida del otro, tal como es. Renunciar a posiciones infantiles y luchas de poder, que cada uno se haga cargo de sí y tome su responsabilidad. Amor a lo real del otro, no a lo que debería ser, a lo que podría ser, o a lo que mereceríamos que fuera. Se ayuda al otro respetando y amando.

Todo lo anterior, es absolutamente compatible con el derecho que tenemos a tomar distancia de relaciones que nos perjudican y nos hacen daño, así como con las peticiones respetuosas que hacemos a las personas con las que convivimos para que modifiquen cuestiones que nos molestan. La diferencia estriba en el respeto absoluto a que las demás personas sean como deseen y se conduzcan como estimen y hacer lo propio, por nuestra parte.

Photo by Bill Oxford on Unsplash

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