En post anteriores hemos analizado la diferencia entre el dolor genuino, que forma parte natural e indisoluble de la vida, y el sufrimiento que en ocasiones nos auto-infligimos, precisamente por huir de ese dolor y tratar inútilmente de reducir la intensidad, frecuencia, duración o el modo en el que nos afectan los sucesos dolorosos que nos ocurren. En resumen, por no aceptar la vida, tal como es.

En psicología existe una corriente de desarrollos terapéuticos denominados de la Tercera Generación que se basan precisamente en reconducir esa conducta denominada evitación, que trata de minorizar o escapar de nuestras experiencias desagradables y que, no solo suele ser ineficaz, sino que se convierte en una fuente de problema en sí misma.

En primer lugar, es preciso aclarar que no es posible acabar con el malestar. Cierto grado de malestar está presente en nuestra vida inevitablemente. Sin embargo, existen influencias socioculturales, en gran medida transmitidas por el lenguaje, a través de las cuales sentirse bien, ser feliz, ser optimista, etc. se convierte prácticamente en una obligación, animada comercialmente y exhibida ostentosamente en nuestras redes sociales.

La ansiedad, el miedo o el estrés tienen un valor adaptativo. Sin embargo, los mensajes que se envían socialmente hablan de técnicas de control del estrés, reducción del malestar, combatir la ansiedad, etc. Se nos anima a eliminar el malestar, el sufrimiento, la tristeza, etc.; a buscar emociones positivas que desplacen nuestros afectos negativos.

Esos mensajes, sin embargo, nos abocan a vivir cada vez más atrapados/as en el mundo simbólico del lenguaje y a tratar de evitar inútilmente las causas de nuestro malestar. No es lo mismo decirle a alguien que debe adaptarse a una situación adversa y buscar medios para que le afecte lo menos posible que decirle, siquiera implícitamente, que es posible controlarla y hacerla desaparecer. No es lo mismo ayudar a que alguien sobrelleve su malestar que prometerle la felicidad.

Frente a ello, han surgido otras perspectivas que tratan de fomentar la aceptación como fuente de emociones saludables y de una vida plena. La aceptación supone reconocer como normales y propios del ser humano el malestar, las emociones negativas, los pensamientos desagradables… Aunque sentirse triste por un fracaso o por una pérdida no es agradable, es una experiencia tan natural y humana como sentirse feliz tras un logro. Proponernos sentir nuestras emociones negativas como algo natural sin tratar de huir de ellas, permite su regulación.

La aceptación no implica conformidad o resignación con la situación. Supone no huir del malestar para que este no se fortalezca y nos impida retomar nuestra vida, analizar qué factores han propiciado nuestro fracaso e implicarnos en actividades que busquen un resultado valioso para nuestros objetivos vitales.

Otro elemento fundamental para incrementar nuestra aceptación requiere desactivar el poder del lenguaje para que no nos atrape en su literalidad. Es necesario eliminar la fusión entre el lenguaje y la realidad para recuperar la flexibilidad que nos permita responder adecuadamente al medio en el que vivimos. Una forma de conseguirlo es asumir que los pensamientos no son hechos. Si yo me digo que esta situación es insoportable, puedo distanciarme de ese pensamiento y separarlo de la realidad, asumiendo que es simplemente una percepción y, de esta forma, poder modularlo.

Otra herramienta útil puede ser poner nuestro yo en perspectiva. Cuando una persona se dice “soy torpe” se está identificando de manera generalizada con ser inútil. El lenguaje tiene el poder de fijarnos y definirnos de manera literal. Sin embargo, puedo contextualizar mis pensamientos y contextualizar mi persona. Puedo sustituir “soy torpe” por “no soy capaz de solucionar este problema”. Esta reorientación nos permite una aceptación más genuina de lo que somos.

Estas herramientas pueden ayudarnos. ¿Quieres intentarlo?

Photo by Marcos Paulo Prado on Unsplash

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