Recientemente he tenido la oportunidad de leer el libro de Joan Garriga, Vivir en el alma.  Se trata de un libro de carácter espiritual, en el que el autor analiza algunas de nuestras fuentes de sufrimiento habituales y, en los siguientes post, me gustaría compartir contigo algunas de sus reflexiones. En este caso, vamos a analizar cómo uno de los primeros elementos que nos generan malestar lo constituye el hecho de aferrarnos a nuestro yo y de qué manera esta identificación nos afecta.

La perspectiva del libro y de este post es, como mencionaba, de carácter espiritual. No tiene relación con la construcción de nuestro yo como identidad que es objeto desde la perspectiva psicológica.

Según Garriga, en las ricas sociedades actuales el sentido de lo colectivo y lo trascendente se han desdibujado provocando que las personas busquemos refugio en lo individual: nuestro yo. De esta forma, nunca como ahora habíamos gozado (y al mismo tiempo, sufrido) por sentirnos tan importantes como seres individuales.

El hedonismo y la libertad individual hacen que podamos sentirnos fácilmente el centro del universo. Como consecuencia, cuando surgen las dificultades de la vida nuestro objetivo es salvar el propio barco, ese yo que tanto apreciamos, relegando a un lugar secundario el nosotros y el destino común.

Sin embargo, Garriga nos propone una mirada alternativa, en la que podamos visualizar que precisamente la raíz de todos los males consiste en creer que aquello que habitualmente designamos como yo es una entidad real y verdadera. En realidad, es nuestro continuo flujo de pensamientos, sentimientos y sensaciones el que nos hace alimentar esa existencia importante e independiente del yo.

Aprendimos que era mejor ser de cierta manera con nuestros valores, creencias, conductas y guiones de vida. Sin embargo, nuestra principal tarea es el crecimiento y la flexibilidad para salir de los estrechos límites marcados por la identificación. La mejor identidad es aquella flexible, adaptable y conectada con los requerimientos de la realidad.

Si nos centramos en nuestro autoconcepto y en nuestra identidad: en quién soy yo, vemos que lo que llamamos yo o ego es una red de identificaciones. Dado que nos identifica, tratamos de preservarla, de que atraviese la vida sin heridas. Sin embargo, no es posible encontrar una identidad definitiva e inamovible. El ego no tiene existencia intrínseca inherente, o sea, independiente de los atributos que le fabricamos. Es una fabulación de la mente.

Desde esta perspectiva, cuando nos preguntamos quién somos, hay dos posibles respuestas:

1. Una trascendente. El ser, que nos iguala.

2. La vertiente de la identidad que encarnamos, la personalidad que creamos y que necesitamos para vivir como seres individuales.

Cuando rechazamos la realidad, estamos tratando de afirmar el yo, ese alguien con quien nos identificamos. Tomamos posición para defendernos en la vida, edificando muros y un auto-concepto poderoso que nos proteja. La lucha sirve a nuestra falsa personalidad, que llamamos ego.

En ese contexto, las personas solemos caer en tres errores que nos llevan a alejarnos de una vida plena, porque nos separan de nuestra trayectoria existencial, de lo esencial:

  1. No dar lo que tenemos por cobardía
  2. Dar lo que no tenemos. Vivir en el artificio y la falsedad
  3. Vivir ignorantes de nosotros/as mismos/as, sin escucharnos, ni respetarnos.

A pesar de que el enfoque de este mensaje no tiene que ver directamente con la psicología, es cierto que la defensa patológica del ego tiene que ver con mecanismos neuróticos, baja autoestima, creencias limitantes y muchos otros elementos que también son objeto de análisis y de terapia psicológicos.

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